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miércoles, 5 de abril de 2017
Un restaurante en Calacoto ofrece comida sana y agradable, con la herencia culinaria y la motivación deportiva.
Fue una enseñanza muy valiosa. Gilda Mejía era una farmacéutica que se preocupaba por el bien de los demás, en especial de sus hijos. Con relación a su farmacia, aunque parezca una contradicción, solía recomendar a sus clientes que antes de que consumieran una pastilla o jarabe podían recurrir a un mate. En cuanto a su hijo Salvador Bustillos, le inculcó que podía disfrutar de la vida con comida sin preservantes ni químicos. Esa fue la génesis del café Épico, que se encuentra en Calacoto, zona Sur de La Paz.
Quinua cocida, mix de lechugas, hongos, cebolla acaramelada, queso fresco, huevo duro y tomate seco, con un toque de jugo de naranja en remolacha picada, son los ingredientes de la ensalada Forte, una alternativa saludable y deliciosa para tener energía durante todo el día.
Esto es solamente un ejemplo de lo que hay en este restaurante, que mezcla el toque familiar de sus muebles y decoración con un menú beneficioso para la salud, algo que Salvador aprendió desde niño.
El ambiente de café Épico es agradable y familiar, ideal para probar Chick Burger, hecho a base de garbanzo, tomate, perejil, lechuga, germen de alfalfa y queso.
“Mi mamá nunca compró gaseosas ni embutidos, todo era natural y fresco”. Los recuerdos se mantienen frescos en Salvador cuando se refiere a Gilda, quien también aprendió de su madre que para tener una buena nutrición no se necesitan conservantes, y menos aún cubitos de caldo para dar sabor a las preparaciones.
Acostumbrarse a comer bien no fue una tarea fácil, más aún cuando el actual copropietario de café Épico era pequeño. Entre las remembranzas de aquella época están las ocasiones en que visitaba la casa de alguno de sus compañeros de colegio, a quienes veía, primero con extrañeza, que consumían una leche rosácea con froot loops o aros de fruta como presentación atractiva; mientras que en su hogar se alimentaba con yogur de queso de cabra —que preparaba su madre—, acompañado con avena, miel, plátano y chía. El plato no era como esa publicidad en la que los sabores entran por los ojos, sino que, más bien, le daban la energías necesarias para mantenerse con fortaleza todo el día.
Cuando Gilda falleció en 2001, Salvador estaba pasando de la adolescencia a la juventud, con un pasatiempo que luego se convirtió en su pasión: el ciclismo. “Era de los deportistas que comía montañas de fideo y arroz, pero no era suficiente, porque se necesita calidad en vez de cantidad”, cuenta ahora detrás del mostrador formado por dos cómodas antiguas.
La cocina se caracteriza por tener alimentos frescos y completamente naturales, con el objetivo de ofrecer al comensal una buena alternativa culinaria.
Las competencias deportivas y las largas jornadas en la universidad le hicieron tomar conciencia de que debía nutrirse mejor con el fin de tener la fuerza para resistir todo el día, fue así que a sus 20 años recordó las valiosas enseñanzas culinarias de su madre, acompañadas con investigaciones sobre una buena alimentación.
Su primer redescubrimiento fueron los cereales, por su alta concentración de nutrientes. Como le resultaba caro comprar galletas integrales, recordó el tiempo agradable en que ayudaba a su madre a preparar repostería como lasaña de berenjena.
Así fue como creó una galleta de ocho cereales (avena, amaranto, quinua, cañahua, chía, sésamo, linaza y trigo), que da energía rápida y duradera. Al ser campeón, Salvador era el mejor ejemplo de que la alimentación sana tiene buenos resultados, por lo que sus amigos empezaron a comprarle el nutriente, que bautizó ceReal Bite.
Ese éxito lo convenció de que “sabía cocinar bien nomás”, motivación suficiente para que —en un emprendimiento familiar— abriera café Épico desde hace casi un año, tiempo en que se dio cuenta de que existen personas que buscan comida sana, fresca y sin conservantes.
El logotipo de café Épico mezcla las dos pasiones de su dueño: el ciclismo y la alimentación.
Desde los ventanales amplios y la puerta de madera, con sillas y mesas que son aportes de su madre, su abuela y sus amigos, o reciclaje de antiguas construcciones, la estancia en el restaurante es agradable, donde no es raro ver a Salvador alejarse del mostrador para conversar con los clientes. Sabe que es una batalla diaria contra la comida chatarra, que debe luchar con empresas grandes; pero tiene la certeza de que ganará adeptos gracias a las saludables enseñanzas de su madre.
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