domingo, 28 de julio de 2013

EL CLUB LA PAZ. La herencia de Benedicto Goytia.



El edificio del Club de La Paz, de refinado estilo francés, conserva centenares de historias relacionadas con la vida política del país y, por qué no, del mundo.

En sus salones, en abril de 1945, fueron descorchadas 600 botellas de champán para festejar la rendición de Alemania y, por tanto, el fin de la II Guerra Mundial.

“Aquí está parte de la vida de Bolivia y de La Paz”, afirma Álvaro Riveros Tejada, presidente interino del club (el titular, Enrique Pacheco, estaba de viaje al momento de realizar la nota), desde el quinto piso del edificio ubicado en la que los socios conocen como “la mejor esquina del país”, y que la vista del Illimani parece confirmar.

La semilla de la institución la plantó Benedicto Goytia, destacado paceño que vivió en el siglo XIX y que el 8 de mayo de 1882 fundó el Club de La Paz. Esa obra sería la principal institución cívica, social y cultural en el siglo XX.

En un principio, la sede estuvo en una casa entre las calles Mercado y Colón, luego en el edificio que se alza en la plaza Murillo y que hoy ocupa la Academia Boliviana de Historia Militar. También se instaló en el inmueble de las calles Junín e Ingavi, pero tras el estallido de la Guerra del Chaco, en 1932, el club, presidido entonces por Alberto Palacios, transfirió el bien al Gobierno para que allí funcione el Ministerio de Relaciones Exteriores, según se lee en el sitio web de la entidad. Las iniciales “CLP” aún se encuentran en el frontis de la Cancillería para confirmarlo.

Hasta antes de 1943 —cuando se terminó de construir el actual edificio frente al Obelisco—, el club funcionaba en la calle Colón esquina Mercado, en una casa de propiedad de Manuel Bueno. El 16 de julio de 1938, cuando se conmemoraba el aniversario de la gesta libertaria paceña, en medio de la tristeza por la derrota en la Guerra del Chaco, alguien, amparado en el anonimato, gritó: “¡Muera Busch!”. A punto estuvo el entonces presidente de Bolivia, el militar Germán Busch que almorzaba en el club, de reaccionar; pero se calmó y entonces todos los asistentes, incluidos el Prefecto y el Alcalde, pudieron respirar.

Entre 1932 y 1935, varios socios del club acudieron al llamado de la guerra contra Paraguay, dejando atrás y por muchos años la alegría de las fiestas, como aquéllas memorables de 1909 y 1925, cuando se recordaron los centenarios del grito libertario de La Paz y el nacimiento de la República.

Mil cien metros de memoria

El edificio que se halla justo en el punto en que la avenida Mariscal Santa Cruz se separa de la Camacho es parte del patrimonio paceño, aunque el título oficial todavía se halla en trámite ante las autoridades municipales de La Paz.

La construcción erigida sobre 1.100 metros cuadrados tiene cinco plantas, 15 salones, sin contar los negocios externos (café La Paz, Manolo’s, una óptica, una discoteca pub y un bowling), y es considerada por sus socios como una de las más hermosas de la ciudad.

El arquitecto paceño Jorge Rodríguez Balanza diseñó la obra; presentó los planos en 1939 y la terminó en 1943. El estilo es Art Decó, muy en boga durante la primera mitad del siglo XX. Este inmueble fue edificado de manera exclusiva para el club; sus salones, biblioteca y todas las instalaciones están pensadas específicamente para su función; en principio, incluso había una piscina, espacio que después ocupó el bar-restaurante Los Escudos (famoso en los años 70), destaca Riveros.

En el interior, lo primero que atrae la mirada del visitante está en lo alto, a manera de cielo: vitrales diseñados por Antonio Morán Gismondi, un reconocido artista paceño de principios del siglo XX, miembro de una familia de fotógrafos que la inmigración italiana acercó a Bolivia.

En el amplísimo salón Centenario, donde se realizaban las fiestas que seducían a lo más selecto de la sociedad paceña —en Año Nuevo, en el aniversario del club, cada 16 de julio, 6 de agosto o 20 de octubre, fechas clave para la ciudad y el país—, Riveros hace notar el piso: parquet importado de Italia.

El salón Centenario fue bautizado en 1948, cuando se celebró el cuarto siglo de fundación de la ciudad de La Paz. Pero hay más espacios con nombres cívicos: los pequeños salones Pedro Domingo Murillo y Mariscal Santa Cruz. En este último destaca un espejo francés que perteneció a Ismael Montes, expresidente del país y del club, así como un piano Steinway, “algo como un stradivarius de los violines”, remarca el valor Eduardo Lorini, uno de los directores del club, refiriéndose a la afamada compañía norteamericana que los fabrica desde 1854. Cuatro esculturas hechas en bronce y adquiridas entre 1905 y 1906 aportan a la solemnidad del lugar.

Pero en estos salones la gente consumió litros de champagne francés en el citado 1945, y bailó hasta el amanecer con una orquesta típica argentina, un sexteto austriaco de cuerdas integrado por mujeres y una banda de jazz local que interpretó los clásicos foxtrots que tanto gustaban al compositor paceño Adrián Patiño, asiduo del club.

Raúl Pérez Criales, uno de los socios actuales que se precia de ser el más antiguo, pide no olvidar que en el salón principal se realizaban además las tradicionales mascaradas de Carnaval, al cabo de la tradicional entrada.

Las visitas ilustres forman parte también de la historia de una entidad, y en tal sentido la lista es larga. Pero, si hay que elegir algunos nombres, ahí está el del mariscal francés Ferdinand Foch (1851-1929), considerado héroe de la I Guerra Mundial, que se paseó por el club.

La visita de un múltiple campeón

En la segunda mitad del siglo pasado, un acontecimiento deportivo figura en los anales de la entidad. Era 1975, dos años antes de los Juegos Bolivarianos en Bolivia, cuando La Paz fue elegida sede del Mundial de Billar. Los organizadores se decantaron por el club, pues sus instalaciones no tenían par en la ciudad.

Seis mesas, dos de ellas de la marca belga Gabriel’s, que además llevan la inscripción del campeón mundial Raymond Knight Ceulemans —que compitió en Bolivia—, son testigos de aquel campeonato cumbre. Ceulemans, actualmente retirado de la actividad competitiva, es recordado como la figura más descollante del billar a tres bandas, al haber conquistado 35 campeonatos del mundo.

Otra de las mesas fue propiedad de Simón I. Patiño, el barón del estaño; la institución hizo un esfuerzo económico y la adquirió hace diez años en Oruro y ahora es una de las joyas que se luce en el salón.

Pérez añora los tiempos de la piscina, pero Riveros se acuerda más del primer salón de bowling o juego de bolos que en los 60 se practicó como una gran novedad en el Club de La Paz. “El único problema que tuvimos es que no era automático, por eso debíamos armar a cada rato los pinos”, cuenta entre risas.

Sede no oficial de gobierno

La oficina del presidente del club tiene una puerta imponente. Fue importada, informa Riveros, desde Estados Unidos, donde la fabricaron en roble americano. Desde ese despacho, dos presidentes de la República dirigieron el país y el club.

“Aquí estuvieron Néstor Guillén (cuadragésimo presidente de Bolivia, entre el 21 de julio de 1946 y el 17 de agosto de 1946) y Hugo Ballivián (presidente entre 1951 y 1952)”, explica Riveros. Los otros jefes de Estado que también presidieron el club son José Manuel Pando, Ismael Montes y José Luis Tejada Sorzano.

Como los muebles de esa oficina, los del resto del lugar fueron importados, en su mayoría, de Francia o de la reconocida mueblería argentina Maple, famosa en la primera mitad del siglo XX.

Imposible, en el recorrido por el edificio, obviar la galería de presidentes y socios ilustres, como Macario Pinilla, Heriberto Gutiérrez y Fernando Guachalla, Eduardo Sáenz García, Gustavo Carlos Otero y Adolfo Ascarrunz, entre otros, cuyos retratos rodean al del fundador Benedicto Goytia, empresario y político paceño cuya familia, a decir de Édgar Ramírez, jefe del Sistema de Archivo de la Corporación Minera de Bolivia, era dueña de tierras en torno de la actual plaza Isabel la Católica, “donde estaba el patio de su propiedad”.

En la biblioteca, llamada Franz Tamayo  —este escritor y político no fue socio, pero el club le rinde homenaje— se custodian 3.841 libros, algunos anteriores a la creación de la República, como una memoria de 1769, además de varias enciclopedias.

Un antiguo ascensor, hoy modernizado, y más salones profusamente iluminados, al igual que el comedor de los socios y el bar La Trinchera, refugio de los bohemios que toma el nombre de una publicación que editaba la entidad, confirman la magnitud de las instalaciones.

Hay pasillos que fueron utilizados para el rodaje de la película Barbie, el carnicero de Lyon (1986). El nazi Barbie, escondido en la identidad de Klaus Altman, acudía con frecuencia a la confitería que da a la avenida Camacho, lugar de citas diversas, aunque ésa es otra historia.

El 8 de mayo, el Club de La Paz cumplió 131 años de vida institucional. Los socios tienen motivos para festejar, pues poseen una nueva infraestructura en Calacoto, sobre 12.000 metros cuadrados, además de otra sede en Chulumani.

La entidad nació con una fuerte presencia masculina, según el modelo de los tradicionales clubes ingleses. A partir de los años 80 del siglo pasado, la presencia femenina ha ido creciendo, aunque, como muestra la sala de retratos, los presidentes han sido y son todos varones.

Condecorada con el Cóndor de los Andes en 1982, año del centenario del club, la entidad es, define Riveros, “un símbolo de la paceñidad, pero al mismo tiempo la casa grande de los bolivianos”.

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