domingo, 14 de julio de 2013

Ruta 36

La Paz de postales es la del lago Titicaca, la calle Jaen, la plaza Murillo, con sus cerros, su muela del diablo, con llamas y alpacas; a esa ya la conocía. A la otra no. La que tiene una cara que no muestra fácilmente a los paceños, ni quechuas, aimaras, movimas, chiriguanos, moxeños, guaraníes, ni a ninguno proveniente de las 36 naciones que habitan Bolivia.
Ese rostro oculto coquetea solo con gringos. Y fue mezclada entre gringos que logré ver que el blanco tiene muchos tonos en La Paz, tonos purísimos como la nieve que corona el imponente Illimani hasta el blanco oscuro de un polvo llamado cocaína. La blanca, the coke, jale, alitas de mosca, nieve, perico, polvo de la felicidad, todos nombres para lo mismo, la cocaína. La Ruta 36 es tan o más extrema que la carretera de la muerte que va a Coroico. Según un turista francés es el “bar más loco del mundo donde te sentís como Pablo Escobar en los años 80”; según un guardia del hostal donde nos quedamos “es un lugar un poco peligroso que es mejor no visitar porque a veces cae la policía”, según un blog de viajes es “el único bar de cocaína del mundo, ‘algo que vale la pena conocer consumas o no’. Según la enciclopedia en línea Wikipedia es “un lounge ilegal en La Paz que funciona en altas horas de la noche y que miles de turistas visitan cada año”. Para mí y mis compañeros de cuarto en un hostal paceño fue el destino recomendado para visitar un lunes por la noche. Todos los turistas del hostal tenían historias sobre Route 36, algunos ya fueron antes y contaban su experiencia como algo surreal, crazy, increíble, cool. “Vamos, animate, cómo vas a venir a Bolivia y no probar su cocaína, es como ir a Italia y no probar la pizza”, decía a todos un chico judío de 24 años. Yo opino que es lunes y probablemente no esté abierto, pero los que fueron la noche anterior dicen que abre todos los días y que siempre está lleno de gente. “Ruta es para el after party”, así que recién a las 2:30 de la madrugada salimos del bar donde se hace la ‘previa’, nos subimos a un taxi y los chicos dicen: “Route 36 please” y el taxista que habla por teléfono en quechua responde “sí, si, conozco… 20 bolivianos”. El útlimo en subir al taxi es un europeo que se despide de su conquista de esa noche, una chica que juega de local, ella se lamenta diciendo “allá a mí no me dejan entrar”.

Sin saber la dirección, nos dirigimos al famoso bar donde se ofrece como parte del menú cocaína ‘made in’ Bolivia, sello que parece tener garantías internacionales más válidas que todas las ISO juntas para los turistas. Otro taxi con más chicos viene detrás de nosotros; en menos de cinco minutos el taxista dice, aquí y apunta a una calle desierta. Entonces se acerca un tipo alto, de chamarra de cuero negra y nos dice “¿Ruta?”. “Yes, the hostel send us (Si, el hostal nos envía)”, dice uno de los mochileros. Previamente he sido informada de que no debo hablar ni una palabra de español porque sino no entro. El tipo de negro nos pregunta de dónde somos y todos respondemos en coro, de Londres. “Pasaporte”, dice; mi amigo británico le muestra el suyo y le dice que todos viajamos juntos. El dice “ok, pasen”. En mi cabeza suena un gran ¿dónde?, ya que no veo ningún letrero, puerta ni nada que indique dónde debemos pasar. Entonces camina unos pasos y abre una puerta corrediza que estaba entreabierta casi al nivel del suelo. La abre hasta la mitad y agachándonos pasamos. Ahí todo es oscuridad total, abro más los ojos, pero no logro ver nada. “¡Suban!” dice una voz y enciende la linterna de su celular; la luz nos muestra unas escaleras. Subimos. Llegamos al segundo piso y ahí hay otro hombre de negro frente a una puerta que abre por dentro. Él hace una llamada para avisar que llegamos; mientras nos cobra 30 bolivianos de entrada, la puerta se abre. La luz es muy tenue, azul y violeta en líneas que cruzan todo el lugar, cómodos sillones blancos, con mesas centrales adornadas por una vela y ceniceros plateados. Hay tres mesas libres; nos dan una. El lugar se ve estresadamente tranquilo. Los chicos de una mesa conversan y ríen. Nadie baila excepto un chico, de piel color chocolate que es el DJ; toca música electrónica con volumen más bien bajo. En la mesa nos traen la carta de tragos y dicen “¿how much?”, (¿cuánto van a querer?). Dos gramos dice uno de los ingleses. La señora de acento marcadamente paceño se va y vuelve con un espejo como bandeja y al medio dos grandes líneas de coca. Son 200 Bs por gramo dice la mesera/dealer. Los chicos pagan riendo de lo ridículamente barato que es en comparación al precio de Londres, aproximadamente unos $us 160 por gramo. Uno de los gringos me abraza y me dice: “Fuck, me siento como Johnny Deep en fucking Blow y vos sos mi Penélope Cruz, mi latina”. Todos ríen su ocurrencia que hace referencia a la película de un traficante que se enamora de una azafata latina y juntos llevan un próspero negocio de droga en Estados Unidos. Luego posamos para sacar una foto de grupo, un guardia pide el celular y dice “please, no fotos” y se asegura que la imagen sea borrada.
La noche pasa entre anécdotas de viaje, tarjetas de crédito que dividen las raciones y billetes que se enrrollan para aspirar la droga. Después de las primeras líneas los ojos celestes de los ‘gringos’ se vuelven casi totalmente negros por las dilatadísimas pupilas.

“Debí quedarme dos días y llevo diez días aquí por culpa de este bar, vengo todas las noches”, cuenta un viajero a carcajadas. Me sorprende que nadie se porta ‘tan mal’, el ambiente es más bien tranquilo. En la mesa de al lado hay una iniciación. Un chico anima a otro diciendo “aspirá, vas a sentir en la garganta un trago amargo, es la gota colombiana, con eso se te pasa la borrachera”. El chico obedece. En otra mesa se oye “no es la mejor que probé pero te la traen a la `fucking’ mesa”, dice un mochilero asombrado por la naturaleza del bar. Cuando voy al baño observo todo, unos chicos se ven muy jóvenes, a duras penas llegan a los 18. Una chica rubia aspira y tira su cabello peligrosamente cerca del polvo blanco. “Hey! Whacht out!” Cuidado! dice y le hace señas para que no tire al piso la droga. Ella sonríe y limpia su nariz que tiene rastros del polvo blancamente oscuro. Sus gestos faciales muestran tensión en la mandíbula lo que le provoca unas muecas macabras, atemorizantes. Cinco horas después es hora de volver al hostal. El pasillo oscuro termina en una puerta que se abre y la luz del sol altiplánico es radiante, caminamos para tomar un taxi. Son las 7:30 de la mañana, la ciudad despierta y nuevamente llena sus calles empedradas con cholitas comerciantes, oficinistas de traje que van a trabajar y marchistas que siempre tienen un reclamo a los presidentes sin importar si tienen acento gringo, k’ara o indígena

LA DIRECCIÓN DE SEGURIDAD CIUDADANA DE LA PAZ YA CLAUSURÓ ROUTE 36 EL AÑO PASADO Y NO SABÍA QUE ABRIÓ DE NUEVO
José Luis Ramallo, jefe de la Dirección Especial de Seguridad Ciudadana asegura que ya se procedió al cierre de Ruta 36 el año pasado cuando funcionaba en la Cañada Strongest en la zona de San Pedro. Sin embargo, EL DEBER comprobó que este bar clandestino está funcionando en otra dirección. Ante eso Ramallo dijo: “es posible que tengan una nueva ubicación deben entender que es difícil poder dar seguimiento a estos locales”, en referencia al hermetismo que existe alrrededor del local y que funcionan con vigilancia en las calles para evitar el patrullaje policial. Otro de los problemas es que el local cambia de dirección constantemente (según los turistas cada 4 a 5 semanas).
El coronel Ramallo cree que es posible que Ruta 36 siga funcionando a cargo de las mismas personas pero dice que en el operativo realizado en 2012 no lograron dar con los propietarios ya que ellos usan “de palo blanco a otras personas y alquilan los espacios como si fueran para vivienda”.
Ramallo confirmó lo comprobado por EL DEBER. Ruta 36 trabaja en complicidad con un grupo de taxistas que están al tanto de la ubición del local y recogen a turistas de varios puntos de la ciudad como hostales y algunos bares.
“Fue gracias al seguimiento de estos taxistas que logramos dar con la antigua dirección del local”, asevera. En ese operativo policial se detuvo a más de 20 personas entre turistas y empleados del local, pero no se siguió una causa penal a ninguna, ya que el local se lo cerró como a cualquier bar que funcionaba sin licencia.
Ramallo agregó que unirá esfuerzos con la FELCC para dar seguimiento al caso y la en la anterior intervención no se necesito de esta institución porque no se abrió un caso por venta de sustancias controladas ya que al momento de la intervención no se encontró cocaína en el local. “Existen otros dos locales de características similares y estamos tras la pista, concluyó.

MOCHILEANDO

Los hostales saben de ruta 36, los taxis son el nexo para ir al bar
Los hostales Wild Rover y Loki son nombrados entre los consejos en línea que dan los turistas para hallar taxis que sepan la dirección

Un local que no tiene dirección fija ni letreros
Los mochileros pasan el dato mediante el boca a boca. Ruta 36 no tiene una dirección fija, se sabe que se ha cambiado de barrio varias veces. Estuvo en Miraflores, en San Pedro y en la avenida Illimani. El local se alquila; hacen como si fuera para vivienda y no duran mucho para evitar las redadas policiales. Aun así los turistas dan con el lugar

Viajando de mochilero
En los hostales la cama en cuarto compartido cuesta entre 50 y 80 Bs. Los taxistas que hacen fila en la madrugada son los que saben la ubicación del local. Basta hablar en inglés para que lleven al bar de la cocaína

ENTREVISTA

“Este tipo de turismo afecta a la imagen de La Paz”
Luis Revilla - ALCALDE DE LA PAZ -
El alcalde de La Paz, Luis Revilla se refiere al tema como un problema al que se dará mayor atención. ¿Conoce la Ruta 36 que atrae tanto a los turistas a La Paz?
Sí, sabemos de la existencia de ese lugar y se han hecho esfuerzos y operativos para clausurarlo, pero sigue funcionando; estamos preparando las acciones correspondientes para esta actividad.
¿El lugar es muy famoso entre los viajeros, cree que afecta la imagen de La Paz?
Esto daña la imagen de la La Paz y que de ningún modo se puede considerar como algo positivo para atraer turistas. Una actividad ilícita no puede considerarse algo que traiga beneficios a la ciudad.
Se sabe que los taxistas llevan turistas al lugar...
Sí, son taxis que no tienen licencia, seguimos haciendo esfuerzos porque los taxis sean parte del plan Pasajero Seguro, que es responsable de verificar a las empresas de transporte de la ciudad

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