Como en las grandes capitales del mundo, en el casco viejo de esta urbe de a poco se instalan cafés en los museos y otros espacios con decoraciones atractivas que evocan lo colonial, pero con toques de modernidad.
Al ambiente confortable de estas nuevas ofertas se añade la tranquilidad que las diferencia de otras cadenas de cafés. Sus costos son más bajos, lo que no afecta a la calidad de sus productos y su servicio.
Un lugar con encanto y misterio es el café del Museo Nacional de Arte. Así lo describió en su libro de “memorias” uno de sus clientes.
Este acogedor espacio, ubicado en una esquina de la plaza Murillo desde hace un año, tiene luces sutiles, sillas y mesas de madera y mapas de Bolivia de hace dos siglos que combinan con la arquitectura del recinto, de techo abovedado y paredes de ladrillo y cal, donde el café expreso y el capuchino son los favoritos.
Una vitrola, una radio, un teléfono y una colección de cámaras fotográficas de las primeras décadas del siglo pasado sobresalen en el ambiente. “Queremos estar a tono con el museo”, dice Rolando Ángelo, el concesionario del café que lleva su apellido.
Unas cuadras más al norte, en la calle Ingavi, el Museo Nacional de Etnografía y Folklore (Musef) tiene una oferta similar. Allí, el pie de limón y la torta de chocolate son los elegidos para acompañar el brebaje de sus clientes.
A la hora de comer, el canelón andino -con salsa de tomate y queso- y el pastel de quinua son los más requeridos, pero hay una marcada preferencia de los extranjeros por las pastas y de los nacionales por las pizzas, comenta Yovana Tito, encargada de la atención de ese café.
El embovedado y los ladrillos priman en su arquitectura, mientras los muebles tienen una combinación entre lo antiguo y moderno. Detrás de la barra, sobre un estante que expone una variedad de vinos, atrapan la mirada de los visitantes una vitrola y una radio antigua.
Los administradores de ambos cafés, Lía y Rolando Ángelo, se sumaron a la iniciativa de esos museos, de tener un café, porque les interesa ser parte del desarrollo de la cultura.
La apertura de los museos a actividades paralelas a las exposiciones fijas y programadas que tienen congrega a más gente en ellos, lo que favorece a los cafés.
Al mismo tiempo, estos museos dan un valor agregado a los visitantes con la oferta gastronómica en su mismo espacio.
Sólo el Musef, por ejemplo, realizó alrededor de 200 actividades paralelas el año 2010, con presentación de libros, seminarios, mesas redondas, conciertos y exposiciones temporales, entre otros.
En “Ángelo Colonial” la oferta empieza con los desayunos, a las 8:00, con ofertas de masitas, comida rápida y vegetariana, y culmina a las diez de la noche.
Esta combinación de café y cultura se extendió al Museo de San Francisco, el más grande repositorio de esta ciudad que sobresale por su arquitectura barroca-mestiza.
La parte del claustro antiguo es ocupada por el Profumo di Caffe, en cuyo ambiente resaltan las paredes con piedras que datan de 1548. En su mayoría extranjeros, los visitantes degustan el café arábico y orgánico que proviene de la zona yungueña de La Asunta.
El café lleva su marca, porque es producido por ellos mismos, destaca Patricia Roca, quien señala que el pastel de zanahoria es el preferido por sus clientes, seguido del de chocolate.
Aunque no está en un museo, pero sí en un espacio público, el Coffee Break extiende su oferta cafetera a un público masivo, desde estudiantes hasta ejecutivos.
Con una decoración minimalista, está ubicado dentro de Correos de Bolivia, en el Obelisco. Apuesta por “democratizar el acceso” a un café de alta calidad que lleva su marca “Coffe Break”, dice su propietario Orestes Lima.
Su especialidad es el café Moka blanco, que tiene un sabor suave y delicioso preparado con chocolate blanco y los sándwiches de pollo, que tienen alta demanda.
Excepto en el de San Francisco, estos espacios prohiben fumar, lo que permite llevar a los niños.
Me encantaría conocer el lugar descrito en esta reseña...en dónde se encuentra?
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