Es mediodía de miércoles en Villa Fátima. El comercio del mercado de la zona está en pleno auge, al igual que la actividad en uno de los bares clandestinos de la avenida 15 de Abril de esa popular zona.
Para ingresar al recinto se debe conocer primero la ubicación de los timbres ocultos entre carteles de la calle. Segundos después de presionarlos, un hombre de unos 25 años de edad aparece y hace la pregunta de rigor: “¿Qué desea?”. Unas cervecitas, es la respuesta que permite que el sujeto abra la reja y deje entrar a un pasillo oscuro en cuyo final hay una grada que lleva hasta el bar. Tras subir tres pisos, abre un candado y una chapa y la visitante entra. El individuo cierra el acceso con llave.
Unas gruesas cortinas sucias cubren las ventanas y dejan un ambiente oscuro al extremo que parece ser las siete de la noche. El local, sin nombre ni cartel visibles, es uno de los tantos boliches clandestinos que funcionan en la zona de Villa Fátima y que, según las personas que viven en el sector, son un riesgo para la zona debido al excesivo consumo de alcohol.
La sala del local tiene 20 mesas y hay al menos 35 personas bebiendo. Un olor a humo de cigarrillo, cerveza y orina impregnan el lugar. Sólo hay dos mujeres, una joven, de no más de 22 años de edad, que zigzaguea hacia el bar, donde pide una cerveza y luego se sienta y echa a llorar, y una señora de cabello teñido y cuya ropa brillosa y apretada la hace ver más voluminosa de lo que es. Las manos de los varones recorren a la mujer mayor una y otra vez mientras ella bebe sentada en una silla que está sobre el piso de azulejos.
Página Siete estuvo en ese local el miércoles 26 de septiembre durante la mañana y también conversó con diez vecinos de la zona, quienes coincidieron en que el barrio está cada vez más peligroso. Todos esperan que la Alcaldía y la Policía adopten medidas para revertir la situación.
La gente se queja
“Hay mucha inseguridad porque hay varios bares, discotecas y lenocinios. Los jóvenes están totalmente corrompidos con el alcohol”, se lamenta la madre de familia Cintia Durán, quien por esto prefiere ir personalmente a buscar a su hijo del Colegio Boliviano Ave María en vez de mandarlo en transporte público.
“En la noche es peligroso, en esos bares toman y salen borrachos”, agrega Lucio Berdeja, un hombre de la tercera edad que compraba frutas en el mercado.
Su esposa añade que en las noches es mejor quedarse en casa. “A veces se escuchan gritos, ‘socorro socorro’ gritan, pero no hay manera de salir, uno corre el riesgo de que le pase algo”, dice.
Eduardo, el mesero del bar clandestino y que fue quien abrió la puerta, reconoce la situación y dice que incluso él ha sido víctima de la delincuencia.
“La anterior noche, mientras trabajaba, me han asaltado, estaba mareado y me han quitado mi celular, esto más me han hecho”, y muestra su brazo, donde se aprecian hasta diez cicatrices. “La segunda vez me han robado nomás, no me han pegado”, dice el empleado.
Comercio informal
Además del consumo de alcohol en los locales legales y clandestinos, la inseguridad se acrecienta debido al accionar de delincuentes que operan cerca del mercado y de los centros comerciales de la zona, coinciden vecinos y comerciantes entrevistados por este medio.
La gran cantidad de gente que va a comprar favorece a que los ladrones actúen, dice la secretaria general del mercado de Villa Fátima, Nora Chipana, quien exige a las autoridades mayor seguridad para que las vendedoras trabajen con tranquilidad.
“Entre los clientes se infiltran los rateros, por eso ando bien cuidadosa, tengo que estar viendo aquí, allá, siempre tengo que estar fijándome”, indica Chipana, quien tiene un puesto donde ofrece comida.
Silvia Quisbert, también dirigenta del mercado , dice que la zona es muy insegura y pone como prueba el asalto que sufrió su hijo hace un mes.
“Una noche, cuando se dirigían al (café) internet, los han asaltado, mi niño escapó pero a su amiguito lo agarraron, le quitaron sus cosas y le han metido la punta (acuchillaron)”, se queja.
“Como la zona se ha vuelto comercial hay bastante delincuencia, ya no hay caso caminar a partir de las nueve de la noche porque hay muchos asaltos”, indica la dirigenta.
Por eso es que las vendedoras han asumido medidas. Por un lado, aconsejan a sus compradoras que tengan cuidado con sus bolsos y a las mujeres de pollera que además cuiden sus sombreros.
“Aquí hay hartos rateros, así dejamos un ratito y ya se llevan tus cosas”, dice Ana Pérez, secretaria de Conflictos del mercado.
También adoptaron estrategias para protegerse entre ellas. “Cuando hay un asalto tienen que tocar el silbato y nos movemos todas, así los delincuentes tienen miedo, con eso hemos parado este último tiempo”, dice Quisbert.
Los clientes de los locales de remate también adoptan sus medidas de seguridad. Tal es el caso de uno de los comensales que bebía al mediodía en el local visitado por Página Siete.
Él cuenta que prefiere ir a este bar porque en los de la avenida Agustín Saavedra lo han asaltado varias veces. En cambio, “aquí no te quitan la chamarra”, dice mientras toma su último vaso de cerveza. Mientras habla con la reportera, el comensal llama al mesero y le pide que le abra las puertas para retirarse.
Eduardo, portando un gran llavero sujetado por una cadena al cinturón, verifica que toda la cuenta esté cancelada. Luego acompaña al hombre por las gradas, abre el candado y la puerta y luego camina por el pasillo oscuro para quitar los seguros de la reja que da a la calle.
La hora pasa, ya son las dos de la tarde, pero en el bar parece haberse detenido el tiempo. El cliente se cubre instintivamente el rostro del sol y se marcha. La periodista también aprovecha en hacerlo.
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