Al menos siete restaurantes de las calles aledañas a la plaza Murillo se vieron afectados por la decisión de restringir este lugar con vallas metálicas de hasta dos metros de alto. Los propietarios y socios de estos lugares expresan que las pérdidas que les generó esta situación son "lamentables” y, en algunos casos, hasta les hace rozar la quiebra.
"Nosotros preparamos en un día normal 70 a 80 almuerzos; ahora preparamos 20 a 25 almuerzos por día, no sale más tampoco. Hubo una reducción de ingresos en un 80%”, explica Juan Carlos Callejas, dueño de un restaurante de la calle Bolívar. Agrega que si la situación no mejora, los locales cercanos "pueden llegar a pensar en cerrar”.
Desde el 27 de abril, la plaza Murillo está cerrada en las ocho calles de acceso a este lugar. Ello debido a que en esa fecha una vigilia de las personas con discapacidad -que llegaron tras una marcha desde Cochabamba en la exigencia de una renta de 500 bolivianos mensuales- se instaló en cercanías del centro político del país.
Como el negocio de Callejas, otros también fueron afectados debido a que el flujo de clientes no puede ingresar a sus establecimientos gastronómicos. "Ha bajado rotundamente la venta. Antes sacábamos un promedio de 100 almuerzos por día; ahora no sacamos ni 30. (Es una) pérdida de más o menos el 70%”, explica Carlos Huanacoma, quien tiene su restaurante sobre la calle Ingavi.
Similar suerte tienen otros centros gastronómicos de la zona. Una de las propietarias, quien prefirió no identificarse, explica que ahora prepara el 25% de lo que cocinaba antes del cierre de la plaza, porque "no hay clientes”. En otro lugar de venta de almuerzos se vio mermados sus ingresos en un 50%. "Económicamente nos está afectando mucho”, dice Gabriela Gutiérrez, socia de un restaurante.
Los administradores de uno de los negocios que tomó la decisión más drástica al respecto son quienes están a cargo
de las instalaciones del hotel Torino. "Nuestro ambiente para el almuerzo está cerrado. ¿Para qué podríamos abrir el restaurante”, se pregunta su administrador, Manuel Callisaya.
Cambio de planes
El restaurante de pastas -en la plaza de comidas "Kilómetro cero”, ubicada en la zona de vigilia y de mayor resguardo policial- tuvo que cambiar los espaguetis por un café con empanadas y ofrecer servicio de té a sus nuevos y únicos clientes uniformados.
"Las palomas igual están hambreando”
Martes, a las cuatro de la tarde. Da la impresión de que los rayos del sol que caen sobre la plaza Murillo apenas calientan a las pocas personas que están sentadas en las bancas. De repente, una niña le pide a su madre que le compre maíz. Se acercan a un puesto y ni bien la vendedora entrega la bolsita, niña y madre son casi asaltadas por un centenar de palomas hambrientas.
"La anterior semana las palomas estaban de hambre”, afirma Paola Calle, vendedora de maíz de la plaza Murillo.
Explica que ahora, cuando una persona compra, "rapidito” se van casi sobre ella para pedirle que las alimenten.
Veinte metros al costado, al interior de la plaza, otra vendedora de este producto explica que como consecuencia directa de la falta de venta, las palomas no tienen quién les dé de comer. "Las palomas están emigrando a otras plazas. A ratos nos solidarizamos y les invitamos de dos a tres bolsas pero no es nada para ellas”, comenta.
Ricardo Fuentes, heladero que vende sus productos desde hace 43 años en kilómetro cero, explica que la restricción del ingreso a la plaza Murillo le redujo la clientela. "¿Quién me va a comprar? Nadie, las palomas nomás -bromea- y las palomas igual están hambreando”, comenta mientras mira a su alrededor cómo estos animales dibujan una alfombra negra móvil sobre las baldosas.
Desde el 27 de abril, el principal centro político del país está cerrado con vallas metálicas de hasta dos metros de alto, debido a que en esa fecha las personas con discapacidad llegaron en una marcha desde el interior exigiendo una renta de 500 bolivianos.
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