domingo, 11 de junio de 2017

Sabores bolivianos en la Gran Manzana



El residente neoyorquino usualmente sale apurado del Metro (tren subterráneo), marcado por el ritmo acelerado de la gran metrópoli. Si este es boliviano, parecería inimaginable que no pueda percibir un aroma tan familiar como el de una salteña durante ese ajetreo diario. Ni qué decir de un delicioso fricasé paceño o un buen silpancho al estilo del valle cochabambino.

¿Qué haría un compatriota que extraña el sabor de una sopa de maní y se encuentra radicando en la ciudad de Queens? La verdad es que en la “capital del mundo”, la oferta gastronómica no descuida el exigente paladar boliviano y ofrece variedad de restaurantes y negocios de comida con el típico sabor del país corazón sudamericano. Uno de los más antiguos es el restaurante Kabu Bar Lounge que nació en los 80 con la idea de difundir la cultura boliviana no solo en el ámbito gastronómico, sino también en el musical. El dueño, Ricardo Gonzales, le atribuye la iniciativa a su madre, la orureña Norma Gonzales, quien deseaba instalar un espacio donde la comunidad boliviana pudiera compartir, escuchar música y disfrutar de sus sabores culinarios.

Y cuando Ricardo tomó las riendas del restaurante continuó con ese propósito de expandir la cultura boliviana hasta el día de hoy. “Fui quien llevó adelante toda la gastronomía en el restaurante, la difusión de nuestra cultura a través de artistas, fiestas, reuniones de toda la comunidad”, afirma y agrega que la actividad del restaurante Kabu estuvo muy ligada a los consulados, con visitas de embajadores y otras autoridades.

Menú. Dentro del menú del Bolivian Llama Party se encuentran opciones como sándwich de chola, cuñapés, muffin de huminta y ensalada de quinua.

Para Ricardo, los platillos estrella como el picante mixto y el charquekán no son los únicos protagonistas del lugar. Cuando se ingresa al restaurante se puede escuchar la música de artistas nacionales como Los Kjarkas, Guísela Santa Cruz, Aldo Peña, Enriqueta Ulloa o Zulma Yugar, que llegaron en varias oportunidades al escenario de Kabu exclusivamente a interpretar su más selecto repertorio. “Han sido contactados por mi persona y han podido tocar para nuestra comunidad”, cuenta Ricardo mientras enseña los afiches que promocionaron dichas presentaciones.

Originalmente el restaurante tenía el nombre de La Kantuta, pero en busca de renovar el lugar con un toque más nocturno y moderno, sin dejar de lado su marca de restaurante, cambiaron el nombre a Kabu, palabra japonesa que significa “karaoke dance”, que lleva esta propuesta a la comunidad boliviana.

El mismo está ubicado en la calle 85-09 de Northen Blvd en Jackson Heights – Queens. “Nos visita la comunidad latina en general; a los mexicanos les gusta venir porque el fricasé, por ejemplo, es muy parecido al plato mexicano llamado pozole”, cuenta Ricardo. Si bien hay diversidad cultural, entre los latinos los sabores no son tan diferentes. A futuro, Ricardo tiene pensado abrir un segundo restaurante con la oferta exclusiva de salteñas, cafetería y pastelería. “En tres meses, si Dios quiere, estaríamos inaugurado el lugar”, manifiesta.

En The Bolivian Llama Party, un pequeño puesto de comida boliviana ubicado en el subsuelo de la calle 59 de Columbus Circle en Manhattan, un letrero aclara It’s not an empanada! (no es una empanada), refiriéndose a la salteña boliviana que muestra el menú. Pero no es lo único que uno puede encontrar en este negocio, también hay sándwiches de chola, cuñapés y la infaltable llajua.

Álex, David y Patrick Oropeza son los tres hermanos dueños del Bolivian Llama Party. Hijos de inmigrantes bolivianos, decidieron abrir un puesto callejero de comida con el objetivo de ahorrar dinero suficiente para grabar un demo de estudio para la banda a la que pertenecen. Hoy ese objetivo ha cambiado, la popularidad de las delicias bolivianas que venden los mantuvo en el negocio ya por cinco años, además de permitirles abrir otros tres locales disponibles en verano.

Herencia

Enamorados del sabor andino transmitido por sus padres, los hermanos decidieron viajar a Bolivia y probar diferentes salteñas para encontrar en la variedad de ofertas una receta equilibrada, entre el dulzor de la masa y el picante del jigote. “Fuimos a Bolivia a comer salteñas en todos los lugares en La Paz, Cochabamba, Santa Cruz; tomamos clases con un experto”, asegura David, el menor de ellos.

Silpancho. Los administradores-propietarios de Kabu enseñan otra de sus especialidades.

Así, de retorno a Nueva York, el siguiente paso fue experimentar “más masa, más jigote, menos dulce”, hasta tener un producto que no solo satisfaga sus paladares, sino también los de su clientela: personas que al salir de sus oficinas buscan un lugar para relajarse y comer algo delicioso antes de volver al hogar. Patrick, el hermano del medio, tiene fascinación por la cocina desde que tiene memoria y por ello siempre se lo ve preparando algo de comer. No es sorpresa que ahora él sea el encargado de preparar la masa de las salteñas y el repulgue. A su vez, David hace el jigote y Álex, por su parte, se encarga del papeleo y el pago de las cuentas.

El equipo Oropeza se encarga incluso del marketing. Ellos aseguran que tener un negocio propio no es sencillo, no obstante la satisfacción de trabajar para sí mismos no la cambian por nada. “A todos les gusta la salteña”, expresa David, aunque indica que el neoyorquino común confunde esta delicia con la empanada. Sin embargo, apenas el sabroso jugo de la salteña acaricia el paladar de los comensales, queda claro que esta especialidad es muy diferente. Los tres emprendedores se popularizaron al punto de haber sido entrevistados por el periódico The New York Times, oportunidad en la que describieron para los lectores estadounidenses cada ingrediente de las salteñas y lo que las hace tan sabrosas.

Desde las 09.00 hasta las 22.00, las personas pasan y repasan por el lugar ubicado estratégicamente en una estación del metro; varios quedan cautivados por el olor y la presentación de cada oferta culinaria. Dentro del menú del Bolivian Llama Party, David enumera las diferentes opciones que cuentan: “Sándwich de chola, cuñapés, muffin de huminta y ensalada de quinua”. El puesto además ofrece sándwiches de chicharrón de pollo que son elaborados con cerveza boliviana.

Renacer invita un almuerzo con sopa de maní y silpancho de segundo con fresco de mocochinchi.

Renaciendo

En la misma gran ciudad, el restaurante Renacer invita un almuerzo 100% boliviano: sopa de maní, silpancho de segundo, acompañado con pan al estilo boliviano y refresco de mocochinchi. Ubicado en la calle 67-03 de Woodside Avenue en Queens, Renacer abre sus puertas los siete días de la semana recibiendo no solo a bolivianos, pues asiáticos, latinos y estadounidenses también son su clientela. El dueño, Gastón Valencia, paceño de nacimiento, radica en Nueva York hace 38 años y decidió abrir el restaurante junto a su esposa colombiana, a quien califica como una “rara colombiana que le gusta el chuño”. Admite que en un principio no sabía cómo dirigir un restaurante, pero una perspectiva desde el punto de vista del cliente le sirvió de guía.

“Cuando uno es cliente de un restaurante, sabe qué cosas faltan o qué cosas necesita”, dice. La oferta de Renacer incluye sopas tan tradicionales como el chairo, de maní y la infaltable sopa de quinua, que son los platillos bolivianos más populares en el país del Norte. Estos deliciosos alimentos demandan ingredientes bolivianos como el ají amarillo, chuño, tunta, mote, quirquiña, entre otros, que solo se consiguen en la ciudad de Virginia, conocida como la urbe que acoge a más ciudadanos bolivianos en todo Estados Unidos.

Socios: Álex, David y Patrick Oropeza son los dueños del Bolivian Llama Party.

“La característica de la comida boliviana es que es más natural por sus ingredientes. Tenemos clientes japoneses asiduos cuyos platos favoritos son la sopa de quinua y el silpancho, incluso tenemos contrato con un DayCare (casa de acogida para ancianos) donde llevamos 20 almuerzos diarios”, explica Gastón. Para cada empresario, abrir un negocio no es fácil por la gran responsabilidad que implica; sin embargo, ese “sueño americano” guiado por una corazonada y un objetivo crea una gran satisfacción, sobre todo en una ciudad tan competitiva y ambiciosa como lo es Nueva York, la “capital del mundo”.l






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