Cuando Po Cheong Lo Wang y su esposa Zse Ming Tai llegaron a Bolivia, ya había pasado un par de años de la muerte de Mao Tse-Tung, el líder de la revolución china, y empezaba a implantarse en aquel país asiático una reforma de apertura a la economía internacional. Mientras tanto, en el territorio nacional estaba por concluir la dictadura de Hugo Banzer Suárez, dando inicio a una etapa de inestabilidad política, con ocho presidentes en un periodo de cuatro años, que se tradujo en golpes de Estado y una democracia intermitente. Fue en ese ambiente que la familia Lo decidió su futuro al incursionar en el negocio culinario y del entretenimiento con la compra de la discoteca Alcázar, que luego transformó en el restaurante-discoteca Love City.
Hoy, después de 37 años, el lugar ya forma parte de la tradición paceña y aunque no es su eslógan oficial, su personal dice que uno de sus principios reza: “lo que pasa en Love City se queda en Love City”.
Alcázar
La inversión, como todas, significó riesgos, pero había que hacerlo. La familia no podía meditarlo demasiado pues se hallaba en un país tan lejano al suyo y con costumbres tan distintas. De esta manera, la celebración de San Juan de 1978 (23 de junio) fue propicia para que los Lo aprovecharan la fecha e inauguraran el negocio. Al poco tiempo, el Alcázar logró notoriedad entre otras discotecas como Hipopótamo de Obrajes, Candilejas de San Pedro y Casablanca de Sopocachi, por el estilo que le imprimieron. A un mes del derrocamiento de Banzer, los augurios eran los mejores pues con la apertura democrática cesaba la persecución hacia los jóvenes y se soslayaban medidas privativas como el toque de queda. En ese contexto, la moda de finales de los años 70 e inicios de los 80 obligaba a jóvenes de varias zonas a reunirse en la discoteca del barrio de Miraflores, principalmente para las matinés de los sábados y domingos, que empezaban a las 15.00 y solían concluir a las 20.00. Congregados en agrupaciones como los Masters, Tomorrow People, Triple K, Los Quintanas, Movak, Los Locos, Q’par y Los Linares llenaban la discoteca para armar competencias de baile muy al estilo de la película Fiebre de sábado por la noche (Saturday Night Fever), un filme que marcó los hábitos de entretenimiento de aquellos tiempos.
La historia de Tony Manero (John Travolta), que trabajaba en una tienda de pinturas y los sábados se vestía para la ocasión, con el fin de convertirse en el rey de la pista en una discoteca de Nueva York, había deslumbrado a toda una generación. Es por ello que los varones imitaban a Tony; en esa tarea vestían pantalones “pata de elefante”, zapatos con plataforma alta y camisas ajustadas con cuello largo y almidonado que sobresalía de la solapa. Por su parte, las mujeres lucían vestidos también acampanados con colores fuertes y zapatos calados de taco alto.
Algunas losas del piso del Alcázar tenían bloques traslúcidos desde donde salían luces de colores, al igual que la pista de baile donde Tony demostraba sus pasos. Y en esa plataforma, canciones como More Than Woman, Stayin Alive y You Should be Dancing, de Bee Gees, servían para que la gente emulara los pasos del gran bailarín que era Travolta. Con el tiempo, esas canciones fueron reemplazadas por Billie Jean y Beat It, de Michael Jackson, y Like a Virgin o Material Girl, de Madonna, y la vestimenta de los asiduos del Alcázar también se modificó por ropa de cuero negro y, en algunos casos, las medias blancas al estilo del Rey del Pop Michael Jackson. Eran los tiempos de las matinés en las que se pagaba cinco pesos bolivianos de entrada, que daba derecho a un jugo o una gaseosa. Desde aquellos años ya eran famosas las cavernitas, el espacio donde se encuentran las mesas y sillas de la discoteca, cuyos pilares parecen ser troncos petrificados con pequeñas estalactitas en el techo, como si fuese una caverna de hielo seco con luces tenues y un ambiente propicio para la intimidad.
Al estilo de Lo(ve)
A finales de los años 80 e inicios de los 90, Po Cheong Lo Wang notó que su nombre era difícil de pronunciar y mucho más de recordar por los clientes, así es que decidió denominarse desde entonces simplemente José Lo.
También había llegado el momento de cambiar el nombre de Alcázar por otro que representara la infraestructura del local, que se caracteriza por la chifa, los cuadros con paisajes de su natal Sozhou, los adornos para foco con dragones, el ingreso al estilo de una pagoda, los mensajes en el idioma asiático y los colores dorado y rojo, que simbolizan el dinero y el amor. En China es una tradición bautizar los restaurantes con el apellido de la familia, porque cada una tenía un secreto culinario que pasa de generación en generación. “Por ello que se podía encontrar la Casa Chang o la Casa Wang, manteniendo el árbol familiar”, cuenta Manuel Llanos, quien trabaja en el área de recepción hace casi dos décadas.
Con esa lógica, el negocio debería haberse llamado restaurante Lo. “El dueño se dio cuenta de que el nombre no era muy comercial, así es que modificó la denominación por Love City, con las letras de su apellido (Lo). Lo hizo también porque veía que llegaban varias parejas para pasar un buen momento”, explica Manuel. En uno de los viajes a su tierra, José Lo descubrió que el karaoke (sistema mediante el que se puede cantar una canción sobre una pista) estaba de moda en Asia, así que cerró la churrasquería del Love City para modificar su estructura a un salón con varias mesas y una decena de monitores, que ayudan a leer la letra de alguna canción solicitada por el cliente. Un atractivo más de este ambiente es que el techo está pintado como si fuese un planetario, con cientos de planetas y constelaciones, con una cúpula al medio que parece un ovni. “Queremos que el cantante se sienta como una estrella”, dice el recepcionista.
Rolando, quien se encarga de la música, explica que el local cuenta con un sistema de 25.000 canciones, en castellano, inglés, portugués, italiano, chino y japonés. “Tenemos una variedad de público. Hay gente que se anima a cantar en el escenario y presentar un show, mientras que otras empiezan a bailar. Tenemos un amigo que imita a Juan Gabriel, que se mueve por toda la pista. Hay también personas que cantan por primera vez con cierto temor, pero después, al descubrir que tienen buena voz, se animan a interpretar más pistas”, cuenta Rolando.
La discoteca aún mantiene los elementos de sus inicios, con los troncos petrificados y las estalactitas que parecen llevar a una cueva de cerámica o a la gran gruta de Umajalanta en Toro Toro. El bar mantiene ese estilo, con huecos que parecen nidos de aves y que es donde se guardan los vinos nacionales e importados. El lugar donde se formaba un círculo alrededor de los bailarines que imitaban a John Travolta ahora se ha vuelto un espacio donde también se celebran aniversarios como cumpleaños y hasta pedidos de matrimonio. “Un cliente llegó con unos amigos para celebrar supuestamente un cumpleaños. Después de unas cuantas horas nos enteramos que iba a pedir la mano de su novia. A nosotros nos tomó por sorpresa, pero en medio del baile cortamos la música, pusimos un tema especial y el enamorado le propuso matrimonio. Imagínate, los clientes de pie, mientras que él estaba de rodillas, como todo un galán”, cuenta Manuel, quien cada vez que habla lo hace con alguna reflexión, como le enseñó José Lo y su “su sabiduría china”.
Freddy Rodríguez, bartender del Love City desde hace 16 años, asegura que además de la buena bebida que ofrece también es una suerte de sacerdote que escucha las penas y alegrías de los clientes. “Me hablan de trabajo, de amores, a veces de problemas de pareja, de todo”. Al respecto, Manuel dice que es por esa razón que les llaman “Shakiros”. “Porque son ciegos, sordos y mudos”, es decir que nunca revelan ninguna historia, por el respeto que se merecen sus confidentes. Los años han pasado. En la actualidad, la estructura similar a una típica casa china parece encontrarse enredada entre cables interminables de energía eléctrica y de telefonía, donde un letrero de neón con los colores verde y rojo muestra que se trata de una chifa, karaoke y discoteca. Sobre el letrero, otro anuncio de mayores dimensiones se hace visible desde el otro lado de la plaza Tejada Sorzano (también llamada del estadio). Ahí, en la parte superior del ingreso, se puede observar el anuncio de Love City.
Una vez dentro se vive un espectáculo donde la gente canta, come y baila —o las tres cosas—. El cliente sabe que se debe respetar su privacidad. Porque lo que pasa en el Love City se queda en el Love City.
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