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lunes, 3 de diciembre de 2012
Círculo de la Unión: 80 años de elegante existencia
Tras el muro blanco que da a la calle Aspiazu, en la ciudad de La Paz, asoma la fachada neomorisca color salmón del Círculo de la Unión. Parece que, en armonía con el estilo arquitectónico al que pertenece, se esconde de las miradas extrañas que pasan por la acera entre la avenida 6 de Agosto y 20 de Octubre. Entrar a la casa es cosa de unos cuantos: de los socios y sus invitados.
Tal vez no muchos sepan quiénes se reúnen ahí y para qué. Pues se dan cita los personajes más destacados del mundo profesional de la urbe, según la gerente de tan selecto club, Patricia del Carpio, para disfrutar de almuerzos, cenas o cócteles, de una partida de billar o de un concierto. Y, por supuesto, para compartir y conversar acerca del día a día.
Eso ha sido así desde los inicios del Círculo, fundado en 1932 por una treintena de hombres (sí, sólo varones) al estilo de los clubes empresariales ingleses.
El primer presidente fue el Barón del Estaño Carlos Víctor Aramayo, explica la actual cabeza, Ricardo Rojas. Este 30 de noviembre, la sociedad cumplió 80 años. La casa que ocupa tiene casi la misma edad, aunque el club no siempre estuvo allí. Alguien de la familia Aramayo, posiblemente Avelino (el padre de Carlos Víctor), la mandó a construir a finales de los 30, cuenta el arquitecto Juan Carlos Calderón. Luego, la vivienda pasó a manos de otra familia paceña, los Ernst, quienes durante un tiempo la alquilaron a la representación diplomática chilena.
Para entonces, el Círculo ya tenía unos años de existencia, que había comenzado en una casa alquilada en la plaza Abaroa. Pero pronto surgieron los problemas económicos: los socios, muchos de los cuales partieron a combatir al Chaco (algunos, jamás regresaron), no pudieron pagar. Carlos Víctor Aramayo era el principal accionista del periódico La Razón de aquella época, cuya sede estaba en El Prado, en el edificio que hoy es el Ministerio de Justicia, cuenta Rojas. Entonces, reservó la última planta para el club.
Llegó la nacionalización de 1952 y el edificio pasó a manos del Estado. Uno de los directores del Círculo se dirigió hasta Lima, donde vivía la viuda de Ernst, y negoció la compra de la casa de la calle Aspiazu, a finales de los años 50.
Al atravesar la puerta principal, se accede al jardín interrumpido por un camino de baldosas que llega hasta la puerta de reja negra del edificio, flanqueada por dos columnas salomónicas. Entre el cuidado césped y la vía de acceso a la casa hay setos amarillos de unos centímetros de altura. En medio de la hierba y en los laterales, junto a la fachada, crecen pequeños pinos, alguna palmera y otros árboles y flores de diversos tipos y colores. La ideóloga es Del Carpio, quien cada dos años rediseña este espacio, que luego plasma el jardinero.
Una vez en el recibidor, y antes de pasar al patio cubierto donde uno puede perderse admirando la decoración, llama la atención lo que, en una pared, parecen minúsculos buzones. De cerca, se observa que son los nombres de los socios y socias (las mujeres pueden formar parte de club desde 2008) ordenados alfabéticamente. En otra pared está la pizarra, en la que, durante 15 días, se cuelgan las solicitudes de ingreso para nuevos socios. Éstos, para postular, han de tener, como mínimo, 25 años; necesitan que dos miembros del club les presenten ante el directorio; tienen que entregar su currículum, su expediente debe estar limpio (no pueden haber sido presos, por ejemplo) y, si el voto de los miembros del directorio es positivo, deben disponer de $us 4.500 para pagar su ingreso. Y, luego, abonar su cuota mensual.
Así, pueden atravesar las puertas de esta casa casi como si se tratara de la suya propia. Porque, a pesar de la solemnidad y la elegancia, los que se reúnen en sus salones o en alguno de sus dos bares, aunque no se conocen bien entre todos, profesan amistad y son como una familia, asegura Calderón.
Él fue quien terminó la construcción del segundo patio, con techo de cristal, que había comenzado el arquitecto Luis Perrin Pando a finales de siglo XX, y que funciona como lugar de eventos culturales y, si es necesario, como ampliación de uno de los comedores. Se llega a él tras pasar por el primer patio y el bar de la planta baja. Cuando Calderón terminó las obras, en vez de recibir sus honorarios fue admitido como socio. Hoy, es un miembro activo que no suele fallar a las reuniones del grupo al que pertenece, “Los amautas”, cada viernes, y en el que se analizan los temas de actualidad.
Los socios pueden comer o cenar en cualquiera de los salones que hay distribuidos entre la primera planta y la baja o, incluso, celebrar bautizos, comuniones...
De las paredes de ambas plantas cuelgan obras de arte firmadas por Raúl Lara o Graciela Rodo Boulanger. Pero la pieza mimada de la casa es un cuadro en el que Cecilio Guzmán de Rojas representó fielmente el ambiente de la zona de Llojeta, donde luego se quitó la vida. Esa pintura decora el gran comedor de la primera planta, a donde los caballeros no pueden acceder si no llevan puesta una corbata.
Ésta es una de las costumbres de la casa por cuyo cumplimiento vela el director. También debe fomentar las actividades culturales y sociales, así como la entrada regular de nuevos miembros. En la última década han pasado a formar parte del club 110 socios de entre 25 y 35 años, señala Del Carpio. Por tanto, no es un lugar sólo para señoras y señores mayores, recalca. Hay, en total, casi 300, la mayoría paceños. Algunos viven en el extranjero, donde pueden beneficiarse de las relaciones de reciprocidad que esta asociación tiene con clubes de todo el mundo. Un socio puede entrar al Capital Club de Dubai (Emiratos Árabes) o al Casino de Madrid (España), entre otros 78 lugares exclusivos.
Del rocambor a la internet
Junto al comedor hay otro bar que da paso a la sala de billar; ésta tiene dos mesas sobre las cuales cuelgan lámparas a juego con el paño verde. No es difícil imaginarse el ambiente en la noche, lleno de humo de puros y elegantes señores disfrutando del juego. Aunque, cuentan Rojas y Calderón, ya casi nadie fuma.
Otros hábitos han cambiado: los socios se unían por el rocambor, un juego de naipes con baraja española que prácticamente se ha perdido. La gente acudía por la noche al bar, y ahora llegar hasta Sopocachi a las 19.00 es difícil por el tráfico y porque la mayoría de los socios ya no vive cerca de la sede del club, sino en la zona Sur, a relativa larga distancia. Y ya no llegan los periódicos de todo el mundo, sino que en la casa hay un “Business Center”, con computadora y Wi-Fi, desde el que se puede acceder a todos los diarios.
En la sala de billar están las fotos de los 28 presidentes anteriores y, en un lateral, hay otros nueve retratos. Son de las dos familias que han mantenido la tradición de pertenecer al Círculo. Cuatro se apellidan Jáuregui. Los otros cinco son familiares de Rojas, el actual director, quien cuida de que la cultura y las relaciones sociales, a un nivel exquisito, se mantengan en ese rincón de Sopocachi.
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