miércoles, 16 de julio de 2014

Los secretos refugios de la bohemia paceña

"La Paz es la bohemia, aquí vive esa araña que teje su red contra el viento para atrapar insectos”. (J. Campero)

El callejón se llama Caracoles y está cerca de la plaza Belzu en San Pedro. Allí, mimetizado entre el adobe, apenas en pie, aguanta en ruinas El Averno. Éste, que en los años 70 fue un antro en ley, se ha convertido en un emblema de la bohemia paceña gracias a escritos de Adolfo Cárdenas, Cé Mendizabal y, como no, Víctor Hugo Viscarra, entre otros.
"La Paz es la bohemia, aquí vive esa araña que teje su red contra el viento para atrapar a sus insectos”, comenta el poeta Jorge Campero. Él "y los amigos” -a la postre toda una generación de artistas- frecuentaban en los 70 El Averno con la intención de "explorar los márgenes ”.
Campero sabe de bohemias: "soy navegante de las obscuridades de la noche” define con voz cascada el dos veces ganador del Premio Nacional de Poesía Yolanda Bedregal. "La Paz es especial, probablemente es el frío el que invita a la charla y convoca cofradías”.
Históricamente, escritores, artistas plásticos, músicos intelectuales se agruparon en boliches al calor del alcohol. Después de la Guerra del Chaco fue el Mala-Bar, luego la posta pasó al Averno, de allí al Ave-sol y al Bocaisapo: esos, algunos de los refugios de la bohemia paceña.

Mala-Bar
Alberto de Villegas vivió la primera mitad del siglo XX en La Paz. Fue escritor, animador cultural, diplomático. Murió en 1934 en las trincheras de la Guerra del Chaco. Su figura, en riesgo de olvidarse, fue rescatada en la investigación Alberto de Villegas, estudios y antología (Plural, 2013), publicada por Ana rebeca Prada, Omar Rocha, Pedro Brusiloff y Freddy Vargas, de la carrera de Literaura de la UMSA.
En los años 20, De Villegas "era una dandy vestido de blanco que contrastaba con las tonalidades grises del paisaje paceño”, definen los investigadores. Villegas era, además, el propietario del Mala-Bar, ubicado en plena Alameda (hoy El Prado).
Era un bar privado donde se escuchaba jazz, se fumaban habanos y se tomaban finos licores para acompañar cultas charlas de literatura y arte.
"Alejado de las polémicas que preocupaban a la mayoría de los intelectuales, en el Mala-Bar -definen en la investigación-, De Villegas exaltaba la frivolidad y elegancia de un dandismo que repercutió en el estilo de su prosa y del libro en que luego rememoraría la breve vida de aquel pequeño París: Las memorias del Mala-Bar” ¿Fue ése el abuelo de los refugios bohemios?

El Averno
A principios de la década de los 70, una generación de jóvenes artistas, siguiendo la búsqueda literaria de Jaime Saenz, empezaron a frecuentar bares "populares”. El Averno era "un clásico”, donde los artistas tenían una mesa reservada.
"Había personajes impactantes: prostitutas, ladrones, borrachos -suele recordar el escritor Adolfo Cárdenas- Una ocasión vimos como una vieja vedette hizo un striptease”. La escena está descrita en Pasado por sal, ganadora del Premio Nacional de Novela 2013, de Cé Mendizabal.
Esas experiencias de los mundos marginales de boliches como El K’ella, El avión, El Chancholín fueron contadas, con la rotundidad del testimonio, por Víctor Hugo Viscarra (1958-2006).
De El Averno que conoció en los 70, la escritora Marcela Gutiérrez recuerda que el baño tenía una cortina, que el trago era "infame” y que todas las noches sólo un disco rodaba cargoso en el "pick up”: Tropecé de nuevo con la misma piedra.
En los años 90 la ebullición de la bohemia había dejado los suburbios para crear sus propios espacios: "Casi al mismo tiempo surgieron varios boliches que además de ser bares fomentaban la actividad cultural con exposiciones, teatro, música y tertulias: El microclima, El Socavón, el Equinoccio”, comenta Marcela.

Ave-sol
Tarijeño de nacimiento y paceño de convicción, el poeta Jorge Campero abrió en los años 90 el boliche que convirtió a las tertulias poéticas en una costumbre paceña: el Ave-sol. "Su nombre evocaba el saludo al día con el que se despedía la noche”, recuerda.
Ese espacio mínimo de la calle Goitia escuchó las lecturas de Agusto Céspedes, Yolanda Bedregal, Julio de la Vega, Matilde Casazola, Pedro Shimose, Alison Spedding y decenas de poetas y narradores.
Del Ave-sol despegaron varios grupos literarios: Los jinetes del Apocalipsis, El club del café y el ajenjo, Los beneméritos de la utopía. El Ave-Sol sobrevivió hasta los albores del 2000, bajo la administración del poeta Fernando Lozada.
La posta de la bohemia la tiene hoy el Bocaisapo.

El ojo de agua
A fines del siglo pasado surgió una nueva clase de boliches. Ni peñas ni discotecas presentaban música autóctona y criolla en vivo. El ojo de agua fue el primero y siguieron otros: La gota de agua, El Taypi, Puerta del Sol. "Fueron parte de una revolución de identidad”. Hoy el Ojo y el Ave-sol han cerrado. El Averno esta ruinas pero otros refugios convocan a la bohemia paceña.

Bocaisapo: arte y cultura

"Nada es en vano, todo es en vino” reza la leyenda que recibe a los visitantes del Bocaisapo coca arte y cultura. El local ubicado en la calle Jaén, en el subsuelo de la casa de la cruz verde, es desde hace 17 años punto de reunión de músicos, pintores, poetas y "demás amantes de la noche”.
A ellos, en comparsa, los inmortalizó Diego Morales en un mural: allí están el poeta Humberto Quino, el pintor Édgar Arandia, los escritores Adolfo Cárdenas, Virginia Ayllón, Manuel Vargas, el músico Ernesto Cavour. Allí, Víctor Hugo Viscarra y, difuso, también está el fantasma del poeta Jaime Saenz.

"Muchos ya se han ido: David Angles, Víctor Hugo (Viscarra)... Son los amigos, grandes bohemios, que han dado y dan vida al Bocaisapo”, comenta Marcela Gutiérrez, escritora y propietaria del boliche.
"Ahora hay una especie de recambio. Los amigos de la muchachada vienen menos pero hay una nueva generación. Los jueves se encuentran músicos y poetas y ya salieron libros”, asegura.
Junto a discotecas y karaokes que abundan, La Paz también cobija especiales refugios. Allí convergen hombres y mujeres, jóvenes y viejos, el único requisito es tener "sed de obscuridad” para vivir la noche paceña. Los bohemios paceños lo saben: "Nada es en vano, todo es en vino”.

De La Bodega a Alcoholatum y otros drinks

Jaime Saenz (1921-1986), el poeta paceño por excelencia, descubrió en su mundo literario La Bodega en la que los comensales se refugiaban para "beber hasta morir”. En la novela Felipe Delgado sostiene:
"La bodega es un reino aparte. En la bodega somos los muertos quienes vivimos. El reino de los vivos no interesa sino anecdóticamente en la bodega. Allí no cabe clarificar nada en absoluto, ya de por si todo está clarificado. Allí los aconteceres del diario vivir sólo tienen una validez muy relativa. Es muy difícil dejarlo todo y no hacer otra cosa que no sea vivir. Renunciar a la vida para vivir la propia muerte es cosa de fanatismo y de un sentimiento religioso extraordinariamente profundo…”
Ese espacio, fúnebre y vital, ha adquirido en la obra de Víctor Hugo Viscarra niveles testimoniales. Alcohol, margen y noche son retratados en Alcoholatum y otros drinks y Borracho estaba pero me acuerdo. Él mismo fue "un bohemio con sed”, como decía.
"La miseria, el aislamiento y la segregación cuajan una actitud bohemia que del resentimiento vital pasa a la creación -apunta la escritora Virginia Ayllón en el artículo De antros y bohemia en La Paz- De ahí que los bohemios seamos una cofradía muy consciente de que ésa es la puesta en escena que nos afirma en tierra, es parte de la sobrevivencia que nos ha tocado vivir”. Y, como mejor prueba, cita un poema del vate Humberto Quino:
"Puerta de Ave-soul/ Abre tu ser y despierta/ Llévame al otro lado de estos muros/ Donde uno nace y acaba/ Donde uno está colgado del hilo de la razón/ Entre máscaras y coronas/ Ebrio y desamparado/ Cual papel escrito y arrugado (...)”.

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