martes, 6 de diciembre de 2016

Manjares, de la huerta al plato



Ellos no son comida, son amigos” es la frase de bienvenida que se lee junto a los dibujos de una vaca, un cerdo y una gallina. Es La Casa de los Ningunos, una morada en el barrio de Sopocachi, donde el cuidado del medio ambiente es preocupación de todos. Y no solo porque su menú excluye carne animal y sus derivados, sino también porque parte de sus alimentos proceden de una huerta orgánica que crece dentro de la misma casona, incentivando el uso moderado de agua y electricidad, además de practicar el reciclaje. La idea de este espacio alternativo surgió de siete jóvenes activistas —algunos son ingenieros ambientales— en 2012, quienes coincidieron en alquilar la misma morada y en compartir y difundir los ideales relacionados con el cuidado de la naturaleza.

Por ello convirtieron esta casa en un sitio ecologista que abre sus puertas los jueves y promociona el consumo de la “comida consciente”. El término se refiere a saber, pensar y sentir lo que se come, y qué consecuencias puede tener para la salud y el medio ambiente, además de quiénes produjeron esos alimentos y cómo ayuda esto a la economía local. “Por ejemplo, ¿a quiénes se apoyaría y qué beneficios tendría para nosotros tomar un vaso de refresco o un vaso de jugo natural?”, se pregunta la joven ambientalista Nicole Szucs.

Fotos: Pedro Laguna La Razón

Aquí todos los platos se preparan con vegetales orgánicos, es decir libres de pesticidas, herbicidas y fertilizantes artificiales. Una buena parte es cosechada en su propio vivero y la otra es adquirida de proveedores que trabajan con productos ecológicos. “Siete personas creamos este espacio, los siete también coincidimos en alquilar esta casa. Hemos crecido y ahora somos 14 los que nos comprometimos con este ideal. Trabajamos con energías alternativas, agricultura, comida consciente y bioconstrucción”, señala Nicole.

En medio de la caótica ciudad, donde los productos procesados invaden tiendas, mercados y supermercados, el vergel de legumbres y vegetales es uno de los atractivos de La Casa de los Ningunos. Ahí hay lechugas, coles rizadas, espinacas, espinacas moradas, acelgas, arvejas, cebollas, tomates y otros, que son cultivados con el agua de la lluvia que baja del techo de la vivienda a una piscina. “No usamos tóxicos en nuestras verduras”, enfatiza Salomón Orozco, otro joven ecologista, mientras corta y muestra algunas hojas de acelga.

No fue fácil empezar porque ninguno sabía agricultura, ni siquiera esparcir semillas en la tierra. Intentaron varias veces antes de sembrar vegetales que finalmente pueden recolectar. En la casa también hay quirquiña, perejil, wacataya, cilantro, romero y otras especies. En tanto, botellas de vidrio son usadas para circundar la huerta y otras de plásticos mantienen vivas las raíces de las plantas en el pasillo de la residencia.

Las hojas abiertas y relucientes de los repollos, las lechugas y espinacas se asemejan a flores que embellecen un jardín. “Queremos demostrar a la gente que se puede comer de mejor manera, con productos orgánicos, explotando nuestros cereales andinos y cuidando nuestro ambiente”, dice la activista. Estos alimentos también sirven para el consumo de los siete emprendedores.

“Bienvenidos, amigos, a otro jueves de comida consciente. Les agradecemos por su visita y les recordamos que el uso excesivo de herbicidas y otros pueden producir diferentes males, debemos luchar para que esto no siga pasando”. Con estas palabras, Nicole saluda a los comensales, antes de servir el almuerzo en la casa.

Es jueves 3 de noviembre y la joven chef Carolina Gilles, junto con otros activistas, cocina un ají de arvejas. Acompaña el plato con arroz integral, ensalada de espinaca, rábanos y otros vegetales. Para calmar la sed sirve jugo de manzana con un toque de jugo de remolacha, y de postre hay brownie con plátano. Algunos comensales prefieren ubicarse en las mesas del patio —que se encuentran alrededor de la huerta— hechas con cajones de madera y que en otrora fueron usadas para portar verduras, o sentarse en las sillas de troncos. Justamente es en ese espacio —adelantan los habitantes de la casa— donde se construye una estructura de dos pisos con materiales y técnicas ancestrales, como adobes, que piensa ser empleada como biblioteca y que tendrá baños ecológicos.

Una “tiendita”, construida con material reciclado, ofrece aceite de chía, galletas, arroz ecológico, ajíes orgánicos y otros productos, además de textos relacionados con la temática. “Gracias por su compra y vuelva pronto”, agradece sonriente Ángela Guerra a un cliente que pidió un paquete de galletas recién horneadas. En La Casa de los Ningunos también se imparten talleres para el cuidado de la naturaleza, y otros de cultura y entretenimiento, como cursos de postres veganos, pintura y rap para niños, música y canto en general y hasta cómo usar una cocina solar.

Parte de sus alimentos son elaborados en una cocina solar, mientras que para los batidos y licuados, los jóvenes pedalean una bicicleta que produce energía para que el artefacto eléctrico funciona.

El dinero que recolectan los jóvenes permite pagar el alquiler de la casa y generar empleo. También reciben apoyo económico de una fundación. La gente puede pagar por la comida y cualquier otro servicio con dinero o trueque de alimentos. Una vez que los almuerzos de cada jueves concluyen, los visitantes diferencian sus desechos de comida que alimentará el compostaje, y también proceden a lavar sus utensilios, mientras los dibujos de la vaca, el cerdo y la gallina despiden a los comensales.


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