Cuando Kathryn Robb y Joshua Hallwright decidieron dedicarse a la cooperación al desarrollo sabían que su lugar de residencia estaría lejos de casa.
Después de muchos años viajando por diferentes países del mundo se asentaron en la ciudad que había enamorado a Kathryn, La Paz. Y qué mejor manera de sumergirse en la cultura boliviana y sentirse parte de ella que montar un bar que conjugara el estilo australiano y promocionara vinos y productos bolivianos que difícilmente se encuentran en el supermercado.
“Siempre hemos trabajado con comunidades y desarrollo —explica Kathryn mientras no quita el ojo ni la sonrisa a los clientes—, entonces hemos pensado que si montamos el bar, nosotros nos sentiremos como parte de la comunidad, como parte de La Paz”. La filosofía de Hallwright’s es crear un espacio de encuentro y reunión entre amigos, “y donde la gente se sienta cómoda mientras degusta un buen vino que puede acompañar de una variada selección de quesos y antipastos”. En el bar se promueve una relación estrecha entre el personal y los usuarios. Kathryn, Joshua y los cuatro camareros bolivianos “que son nuestro salvavidas”, matiza Robb, se preocupan por explicar a los clientes el origen de lo que consumen.
“Todos los productos que servimos los compramos directamente a productores pequeños y nos gusta que el consumidor sepa que no hay intermediarios. Si gustan les facilitamos el contacto de los productores para que les compren directamente a ellos”. La idea es continuar promoviendo el desarrollo desde el bar, promocionando productos típicamente bolivianos y ayudando a pequeños productores a hacerse un hueco en el mercado.
Casualidad o fruto del destino, cuando Josh y Kathryn se decantaron por el local de la avenida Sánchez Lima en el barrio de Sopocachi, supieron que las dueñas eran las llamadas “Damas Paceñas”, un grupo de mujeres que destina el dinero del alquiler del edificio a proyectos sociales. “Eso fue lo que hizo que ya no nos quedara ninguna duda”, confiesa Kathryn. La tipología escogida para el nombre del bar tampoco es casual. La “h” que hace referencia al apellido de Joshua es el símbolo que representa a Saturno, dios de la agricultura. “Nos gusta la idea de que todos los productos vengan de la tierra”. En la carta pueden encontrarse 23 variedades diferentes de vinos bolivianos y una pequeña selección de Argentina y Chile.
El sausini Cabernet Sauvignon de Tarija que ha recibido premios internacionales o el 1750 Cabernet de la primera bodega de Samaipata son algunas de las especialidades que suelen degustar los asiduos al bar. “Nos ha sorprendido muchísimo la cantidad de vinos que hay en Bolivia, y no solo en Tarija, ahora estamos explorando viñedos en Santa Cruz y también en Camargo”. A los tintos, blancos y rosados les acompañan tragos internacionales. Cerveza artesanal de quinua, ginebra de Escocia, vodka polaco e incluso un whisky que llega desde Tazmania completan la carta de bebidas alcohólicas. Para acompañar, nada de platos elaborados, solo piqueo. “No queríamos ser un restaurante, simplemente ofrecemos acompañamientos para el vino”.
El salame de llama con salsa de mermelada de locoto ha sido el descubrimiento para muchos clientes, mientras que los más clásicos se decantan por la tabla de quesos o los dips acompañados con salsas de tapenade de aceituna, trucha ahumada o pesto. “Uno de los camareros es estudiante de gastronomía y nos ha enseñado muchas salsas nuevas que no conocíamos”, explica Kathryn. La carta de piqueo la completan sándwiches tostados y el lugar del postre lo preside un fudge de chocolate con copos de sal y una opción vegana, chocolate de cacao salvaje sin gluten.
“Este chocolate nos lo vino a presentar la propia productora y hemos decidido incorporarlo a la carta. Estamos abiertos a que la gente venga y nos presente nuevos productos”.
Desde hace algo más de un mes, los miércoles por la noche Hallwrigth’s se convierte en un escenario internacional donde jóvenes de diferentes países se dan cita en el único language exchange de la ciudad de La Paz. Kathryn y Josh reactivaron una iniciativa que antes organizaban algunos boliches de la turística calle Sagárnaga y que desde hace un año no tenía lugar. “Recorrimos numerosas academias de idiomas de la ciudad publicitando el encuentro”, cuenta Kathryn. Un esfuerzo que ha dado sus frutos: en el bar no cabe un alma y los acentos de diferentes países del mundo se suceden entre risas y brindis. Al fondo del local, dos jóvenes estudiantes estadounidenses intercambian su idioma con dos bolivianas. “Hemos venido para hacer un voluntariado por un mes en un hospital y queremos mejorar el habla”, apunta Madison Mckee en un titubeante español. “Estoy tomando clases de inglés y esto me sirve para practicar. Acá no hay dónde hacerlo”, comenta Jimena Velásquez.
En la larga mesa central, Gilber Mamani, coordinador de la página de facebook “Charlar - Language Exchange en La Paz” toma un vino mientras conversa con varios chicos alemanes. “Creé el grupo para la gente que quería hablar inglés o los extranjeros que venían y querían aprender español. La idea es gratis, solo había que buscar un sitio. Este año Kathryn y Josh han tenido una buena idea”.
Marion dejó su Bélgica natal para venir a Bolivia, donde conoció a su novio y decidió quedarse. Ahora da clases de neerlandés en una academia y cuenta en un español muy fluido que aunque es la primera vez que acude al intercambio, le gusta practicar inglés, español y conocer gente para ampliar su círculo de amigos.
En medio del bullicio apenas se aprecia la música de jazz que en las noches tranquilas aporta un toque bohemio al bar. El soul y el country son los otros estilos que Hallwright’s ha incorporado a su repertorio musical que se transforma en vivo todos los jueves. Por el pequeño espacio ya han pasado músicos como el célebre guitarrista Héctor Osaky o la agrupación flamenca Manfariel Gitano. “Estamos abiertos a que vengan artistas musicales de todo tipo. Solo tienen que acercarse y preguntar”.
Un tocadiscos luce en una estantería sobre la barra de bebidas junto a una selección de vinilos. Otra de las recientes iniciativas que los dueños han decidido poner en marcha son los martes de vinilos, noche en la que desempolvan el antiguo reproductor e invitan a que los clientes traigan sus propios discos al bar.
Con los martes de vinilos, los miércoles de intercambio y los jueves de música en vivo, la agenda temática no se cierra. El local también sirve de plataforma para jóvenes artistas autóctonos. Dos hombres contemplan un colorido cuadro de Daniela Lorini mientras toman una tapa de jamón. La artista expone sus obras inspiradas en la naturaleza y las tradiciones originarias de Bolivia, que además crea con una técnica novedosa de grabado con fuego y la combinación de vivos colores. “Me encanta ése”, comenta uno de ellos. “Es increíble lo que hace”, puntualiza Kathryn.
El último acuerdo que han firmado los dueños ha sido con la bodega Concepción de Tarija. “Ellos nos dan botellas de su viñedo para las presentaciones de arte y las catas de vinos y queso que organizamos”
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